Mi Historia
Empezó como una fiebre tan alta que haluciné. Al día siguiente fue la piel, amanecí como si me hubiese quemado todo el cuerpo, con erupciones en diferentes lugares, una de ellas en la cara, con forma de mariposa sobre las mejillas. Todos mis tejidos blandos estaban ulcerados, la boca, el esófago, los intestinos y el estómago me ardían como si estuviesen llenos de ácido. Sólo podía comer comida muy blanda. La fiebre no abatía. Pensamos que era un virus, de esos misteriosos que me daban de niña. A la mañana siguiente no podía moverme. Todas mis articulaciones estaban tan inflamadas que no podía doblar ni una de ellas.
Mañana de Navidad, 2001. Todos mis músculos se habían hecho gelatina, literalmente me había comido los músculos de piernas y brazos, si los levantaban se dibujaba claramente el hueso con una bolsa de piel colgando de él.
De Navidad sólo recuerdo el esfuerzo supremo de intentar contestar preguntas a través de una espesa neblina mental y tratar de sonreír.
Toda mi familia estaba preocupada por mí, pero los médicos familiares estaban de vacaciones. Me negué a ir al hospital. Mi mamá llamó a un paramédico amigo de ella, le informó de mis síntomas y él contestó que todo sonaba muy mal, pero tenía que ver a un especialista. Me recomendó tomar cortisona, pero negué el medicamento, todavía pensando que todo iba a pasar, como siempre.
Día de Navidad, la médula espinal inflamada, el cuerpo arquéandose y espasmándose, la temperatura a más de 40 grados.
Hasta entonces realmente me preocupé, dejé de hacerme la valiente y pedí ayuda, sólo cuando no pude lidiar más con el dolor.
El único médico que estaba en casa era un geriatra, en invierno se enferman más sus pacientes. Me llevaron con él. Cuando me vió doblada de dolor, en una silla de ruedas, sin poderme mover, ardiendo en calentura, estaba horrorizado.
Escuché la historia de los eventos ahí sentada y escuchándola no podía creer que me hubiera tanto tiempo ver a un médico. Por su expresión él tampoco podía creerlo. En la voz de mi madre oía culpa, impotencia, deseperación. Creo que él lo escuchó también, pues no dijo nada de que nos hubiera tomado tanto tiempo llegar con él. Sólo pronunció la ominosa sentencia: “Creo que tiene lupus, una enfermedad incurable, y por lo que me dicen, tiene un ataque sumamente virulento. Sólo tiene unos días de vida.”