Vivir con una enfermedad crónica y aprender no sólo a superarla, sino a vivir plenamente a pesar de ella es un proceso complicado. Empieza, como todos los procesos, con una decisión. Cada uno de nosotros debemos decidir cómo queremos vivir con lo que tenemos. Hay muchas opciones. La fácil es ser la víctima, quedarnos en la autoconmiseración e impotencia dejando que la enfermedad gobierne nuestras existencias, viviendo para las visitas con el médico y las medicinas, pendientes de los achaques y síntomas diarios. Esa es una decisión. Pero no es la única. También podemos quitarnos de ese papel de víctima y tomar las riendas de nuestra vida. Esta opción es mucho más proactiva. Implica en primer lugar aceptar lo que tenemos, cualquiera que sea nuestro diagnóstico. Esta es la parte más complicada, pues nadie queremos aceptar que tenemos una enfermedad crónica incurable. Inclusive sentimos que aceptarlo es rendirnos, dejar de pelear, resignarnos. Pero no lo es. Aceptar significa conocernos, amarnos con todo lo que somos, tenemos y padecemos. Aceptarnos a nosotros mismos con lo que nos gusta y disgusta de nosotros. Este paso puede tomar mucho tiempo, pero es vital. Una vez lograda la aceptación, podemos empezar a trabajar con nuestra condición desde dentro, y hay muchas maneras de trabajar con una condición, muchas alternativas: cambios en el estilo de vida, en la dieta, tratamientos y terapias alternativas que nos ayuden a sentirnos mejor, que ayuden con los síntomas. Pero esta etapa tampoco es el fin último. Lo que realmente es constructivo lograr es, una vez que nos sintamos mejor, hacer una vida propia: tener metas y propósitos que nos llenen de alegría, hacer algo significativo para nosotros. En este respecto pienso en Stephen Hawking, quién a pesar de una situación crónica incurable y progresiva ha desafiado a la muerte durante años, no por desafiarla sino porque tiene una misión. Sus metas y el reto en la física que se puso a sí mismo resultó más importante que su enfermedad y ¡es impresionante lo que ha logrado!